La palabra religión viene del verbo ligare del latín, y significa “"acción y efecto de ligar fuertemente [con Dios]". La imagen que nos hacemos comúnmente, es de un camino vertical desde uno hasta Dios. De ahí que surge la idea de que “todos los caminos conducen a Dios”, y sin embargo, también ya hemos comprobado que muchos no llegan a nada o llegan a la nada, al vacío, al abismo, sin que lo hayan planeado, [que imaginamos abajo], o al infierno.
En principio, no es nada malo que todo ser humano tenga en sí mismo de forma natural e intrínseca el sentir de que al morir su fin sea con Dios. El astrofísico canadiense Hubert Reeves dijo: “El hombre es la especie más demencial de todas. Venera a un Dios invisible y masacra a la Naturaleza tan visible… sin darse cuenta de que esta Naturaleza que masacra es ese Dios invisible que venera”. La Biblia dice que todos los humanos tienen a Dios en sí mismos, y también toda la Naturaleza lo manifiesta; pero no todos creen que así son y eso mismo existe en ellos. Por el contrario, la Biblia también refiere que “dice el necio en su corazón, no hay Dios”.
Tanto el que conciente o inconscientemente busca ir a Dios al morir por alguna forma de religión individual o colectiva, como el que sabe y reconoce que Dios está en él y en la Naturaleza, y como el que no cree que Dios existe, todos caminan un camino individual vertical a Dios. Pero no todos llegan a Dios.
Pues, si usáramos una escala de 0 a 10 puntos, bastará que un humano tenga un único punto de buscar su final feliz con Dios, por ese punto único, ya vive transitando la vida verticalmente hacia Dios. A esto, el sabio Salomón le llamó “la eternidad”. Claro que, como sólo una vez hubo uno que vino del cielo y contó como es el cielo, y dio su vida para demostrar a todos la realidad del cielo, y casi nadie le creyó, podríamos afirmar que nadie sabe lo que es el cielo, la habitación soberana de Dios, y Dios mismo, excepto por la experiencia mística interior de cada uno; unos más, otros menos; unos verdadera, otros engañosamente.
Detengámonos apenas en un punto: Por haber en uno apenas 1 punto de eternidad, de Dios, de fe o ilusión por un final mejor, feliz y de descanso eterno, o sea, de religión, también tendríamos un punto de imaginación de lo que es el cielo y Dios.
Conocí un matrimonio frente a los cuales todo era sagrado. No se podía cuestionarlos, ni preguntar casi nada; no se le podía escarnecer por sus errores o fantasías; ni gritar, ni rebajarlos; ni estar sentado sin ofrecerles de inmediato el asiento; no se les podía dejar que hagan algún esfuerzo, que se les debía relevar; se los debía ayudar en todo, traer dinero, regalos, obedecer sin sublevarse, escuchar sin hablarles, y al final de sus años revelaron lo que realmente buscaron toda sus vidas para con sus hijos: Sin descartar su amor y cuidados paterno-maternos, buscaban partir en paz, a un lugar mejor; ser cuidados por algún hijo, habitar en casa propia, sentirse orgullosos de lo que trabajaron y conquistaron, y hasta ver a sus hijos bien, antes de partir.
Una profesora en la carrera de Tanatología en mi primer curso en Buenos Aires, preguntó: ¿Creen que el amor humano puede ser incondicional? De inmediato, el primero que levantó la mano fui yo, y ella curiosa por escucharme, me permitió explayarme en mis convicciones, pero cuando argumentó lo contrario, me demostró que no, no existe el amor incondicional en los humanos. Hoy razono que todos buscamos nuestro propio bien, nuestro fin feliz y en paz, nuestro cielo.
Conocí un hombre tan dictador en su familia, con su esposa y sus hijos, que al sonar el teléfono ella le preguntaba ¿puedo atenderlo, papito? Y todos los hijos fueron no educados sino obligados a llamarle “papito”. De repente, los hijos crecieron, fornicaron a voluntad, conocieron otros mundos, y abandonaron prácticamente todos y todo vestigio de respeto a él, y de su religiosidad, e incluso de una religión vaciada de contenido hacia Dios para todos sus esclavos. Tal vez hasta el día de hoy no perciba que lo que buscó y aún busca en la vida, no es a Dios, sino tener su propio final feliz y su propio cielo.
Conocí un hombre que mientras su esposa vivía su vida centrada y concentrada en sí misma por décadas, aunque cuidando muy bien de la familia, él gastaba su tiempo para andar con sus tres hijos varones, y dialogaba con ellos de todo, llegando al punto de decirles que les “educaba para la libertad”. Bueno, al menos esta frase ellos la cumplen a raja tabla. Apenas se hicieron hombres, hacen lo que quieren, y no se dejan hablar nada, ni mucho menos corregir o ponderar lo que ese padre desea que cambien para el bien de sus hijos. Ya un poco viejo, hoy ese padre reconoce que en realidad, con que termine sus días en paz, y que al menos los extraños le recuerden como el buen padre que es, seguro que su cielo será su recompensa eterna. La profesora tenía razón: el humano no ama incondicionalmente.
Conocí un hombre que era muy pobre, y de repente consiguió un buen empleo y su vida económica cambió. Recordaré respecto de él, dos refranes: 1) “No pienses que el dinero lo hace todo o acabarás haciéndolo todo por el dinero” [Voltaire]; “por la plata baila el mono” [compositor y artista Wilfrido Vargas]. Ese hombre hizo todo por el dinero, y lo alcanzó, y cual hermana Celia del Convento de General Rodríguez, nunca paró de abarajar lo que hubiese por cerca, venga de donde viniera, amontonándolo para sí y para su familia. Y hoy sus hijos y esposa lo tienen como un dios. Caminaron su propia religión en pos de Dios, y lo encontraron, sólo que como no es el verdadero, tarde o temprano los ídolos caen. Es que “por la plata baila el mono”. Si alguna hora ese hombre les abandonara, no quedaría uno creyente en Dios que le siga hasta el cielo. Es que estos también buscan su propio final feliz, y su propio cielo.
Conozco un solo hombre que no se importa cómo serán sus últimos días en la tierra, ni vivir confortablemente, ni alcanzar a Dios eternamente y desde el cielo mirar a su familia aquí abajo feliz, consolidado en la eternidad, y recompensado. Pero ese hombre no existe, porque es un tipo de hombre que tal vez sea único [o pocos en la tierra] que sigue a Jesús, lleva su propia cruz, niega su “yo”, y no tiene ningún DERECHO HUMANO al que atenerse, por lo que morir para él es parte de la vida, y no le preocupa ni cuándo ni dónde ni cómo; ni tampoco por quienes queden, y cómo seguirán sobreviviendo. Ese hombre es UN ESCLAVO DE JESUCRISTO. Al menos uno en la tierra no ama condicionalmente sino incondicionalmente, y aunque nadie le reconozca ni le honre, y hasta su propia familia le deteste, sabe que su vida y trabajo realmente están escondidos en Cristo, en el Cielo verdadero y la eterna eternidad. No hay cómo amar incondicionalmente, si uno no es ESCLAVO de Cristo, y es el único “egoísmo” [o amor propio] que nos asegura reinar con Cristo, eternamente: <<amar sin mirar a quien, ni con reservas>> [Mt. 19. 23; 1ª Tm. 4. 16; Judas 21-23], por la salvación eterna y no para un pasar humano temporal en la tierra. Construimos nuestro propio cielo, fracasando, o entramos al cielo de Dios construido por Jesús, y que nada tiene a ver con el dinero.
Tito Berry
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