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domingo, 31 de janeiro de 2021

Dos perfiles democráticos y el Evangelio


Tanto que no se conoce bien los puntos fuertes y los puntos débiles de una cosa, como tampoco qué cambiaría en su uso, maltrato o descarte, como es el caso de la Democracia. La historia del mundo entero conoce mucho más de Monarquía, dictaduras y presidencialismo, que de Democracia. Y los argentinos usamos a Alfonsín como un marco divisorio de las dictaduras y la Democracia, cuando el país nunca se libertó completamente de los efectos de las dictaduras, lo que impide a nuestra Democracia siquiera aparecer incólume, mucho menos permanecer.

Me gustaría definir nuestra Democracia de manera absolutamente simple, y no científica, ni rigurosamente histórica, apenas para ver donde se encaja el Evangelio de Jesucristo, o cómo adecuarla a él.

¿Y por qué el Evangelio tendría alguna incidencia sobre la Democracia? Simplemente porque el Evangelio de Jesucristo es la filosofía política del Reino de los Cielos en la tierra, y sus ciudadanos son también, simultáneamente ciudadanos de cada país donde haya Democracia.

Esto implica decir que todo lo que pertenezca al Evangelio de Jesucristo, concierne principalmente a los ciudadanos “cristianos”, pero también colabora para que lo veamos imprescindible en las políticas de la Democracia, el hecho de que el Evangelio vino al PUEBLO, así como la Democracia es “gobierno del pueblo”, desde el pueblo y para el pueblo.

La irrupción del Evangelio no fue para el contexto de extremas injusticias en que el pueblo vivía en manos de los romanos y sus estados cipayos, sino atacando la corrupción interior de los humanos, perdonando sus pecados, y salvándolos para siempre, para que sigan viviendo en la tierra como un pueblo dentro de otro pueblo, ejemplar, luz del mundo y sal de la tierra; claro, en un ambiente más que propicio y oportuno.

En otras palabras, el Evangelio vino a resolver el problema existencial de la persona pecadora, injustificada, empobrecida, desamparada; a resolver su situación de eterna perdición, y a influenciar a la gente que no fuera ciudadana del cielo para facilitarles la salvación, y haga del hábitat de todos, un lugar más paradisíaco.

La moral y los principios y valores del Reino de los cielos son exponencialmente ilimitados con respecto de los pilares de la Democracia, pero él no llega a convertirse en “otro Estado”, otro pueblo huésped del pueblo mundano, pues, según Lv 25,23-24 todos los habitantes del planeta son huéspedes de Dios. Pero, el mismo Dios que atribuyó a la humanidad el poder y la facultad de dominar la tierra, es también quien estableció Su Autoridad en la tierra en cinco territorios ontológicos, uno de los cuales es el Gobierno Civil. La Constitución Nacional reza en su Preámbulo: “invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina” y en el Artículo 19: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”. Claro que la redacción de ella fue hecha por mentes carentes de Dios casi en absoluto, lo que genera vacíos que les favorecen y ambigüedades que protegen a los magistrados, intencionalmente limitando al pueblo.

Hasta cierto punto, la Democracia buscó y consiguió equilibrar las posiciones políticas de Jean-Jacques Rousseau y la de Thomas Hobbes, y aun así apenas se asemeja en lo aparente al Evangelio de Jesucristo, distando en grado superlativo de él. El Evangelio tampoco es religión. Si fuera, su materia de estudio sería el comportamiento humano y las conductas individual y social, pero el Evangelio cambia desde adentro para afuera, y no en la superficialidad de las personas, motivo por el cual ni Rousseau ni Hobbes, separados o juntos, consiguen generar un sistema de Gobierno Civil ecuánime y justo como el Evangelio del Reino de los Cielos.

Por tales razones, es absolutamente impropio querer aplicar las reglas del Reino de Dios a un Gobierno Civil, por muy democrático que sea, y también es ajeno al Gobierno Teocrático competir análogamente con las religiones del mundo, e intentar “moralizar” el Estado.

En la mayor parte, los humanos y sus filosofías se alinean con Caín, en lo que la Biblia llama Camino de Caín que se caracteriza por tres conceptos centrales: 1) El Mal, principalmente la apariencia, la envidia, la ambición, el odio y el homicidio; 2) La Méritocracia, junto con el esfuerzo individual, el robo, la separación en clases sociales, la acumulación y el acaparamiento de la riqueza de todos, y; 3) La Independencia de Dios y el endiosamiento humano y del dinero. Pocos se alinean con Abel, luego Set y Enós, que representan Dios, en Jesucristo; Su Señorío y Soberanía, y una Humanidad humilde que le reconozca en todos sus caminos.

Todos los Gobiernos Civiles en la Argentina, en Dictadura y en Democracia igualmente; por Derecha y por Izquierda, y por el Peronismo, resultan de Caín, y sólo el de Alberto Fernández contiene algo del perfil de la triada “del Bien”, alineado con Rousseau, en una sociedad altamente saturada y dominada por Thomas Hobbes, para quien “el hombre es el lobo del mismo hombre”.

¿Qué puede hacer el Evangelio de Jesucristo por este Estado Civil “democrático” en que AF constantemente aplica o trata de aplicar contenidos de ese Evangelio –sin saberlo-, imaginándose Rousseau, mientras en su misma alianza política, y en la oposición al cien por ciento internalizan y defienden el hombre hobbesiano, que edifica por siglos, la soberanía del deseo instintivo egoísta y enajenante del individuo humano, y que en estos días finales no aceptará desestimar lo edificado ni abandonar su prosperidad hacia el Gobierno único mundial de los más ricos?

Que los cristianos “se metan” en la política para ver si cambian algo, es engañoso y artificio de los aspirantes, disimulando su camino de Caín interior. Dios nunca va a cambiar, por agradarnos. Él sigue dueño absoluto de todo, y no abdica de su Soberanía en delegar autoridades en los cinco territorios bíblicos: el marido sobre la esposa; los padres sobre los hijos; los patrones sobre los trabajadores; el Gobierno Civil sobre la sociedad en general, el pueblo; y los pastores unidos sobre la Iglesia UNA por ciudades. Nos resta tan solo “SER lo que debemos SER, o no seremos nada” [San Martín]. El Evangelio de Jesucristo todavía es el Poder de Dios que puede cambiar todo. De sus profesantes depende.

Misión Mundial de la Gracia  

 

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