Cuando leas con atención el desarrollo de lo que hoy la mayoría considera sagrado, EL APELLIDO, te darás cuenta de lo mucho que me importó adoptar como propio, mi apodo junto a parte del de nuestra madre, ya que, nuestro apellido se confunde con el mismo, pero de otros orígenes, y con muchas otras familias, casi nunca notables y socialmente benéficas, siendo Mi Misión singular y destacable:
Siempre fui Tito, desde que al nacer nuestra madre me colocó por apodo. Berry, es la segunda mitad del apellido original de nuestro abuelo materno, Aguerreberry. Aranda, de nuestro padre, tuvo su historia original en El Líbano, por lo que nunca se supo si vinieron de otros países, como España o de El Líbano se extendieron a otras naciones vecinas. Lo cierto es que, originalmente eran Arandia; luego pasaron a ser llamados Aranda, y una revistita que Clarín colocaba dentro de este diario argentino trajo la historia de “Los Arios” que eran nómades, mayormente, estando allí el apellido Aranda como un derivado de esa tribu estudiada por los antropólogos y arqueólogos en El Líbano. Además, nuestro padre nació en la región de San Borja, Brasil, llena de libaneses, y sus trazos físicos fueron claramente libaneses. También hubo Aranda en España, los que llegaron a nuestras Américas, diferentemente de los originarios nuestros en el Río Grande del Sur brasileño. Del lado Aguerreberry, casi todos heredamos algo o mucho del ADN de artistas, hasta algunos de sus tataranietos, nietos nuestros hoy, y siempre fui conciente de que a mí me ha tocado una mayor porción de lo artístico. Y no me refiero al mal concepto de artistas que con razón, y conspirativamente tiene mucha gente, desperdiciando la enorme contribución cultural de las artes, como acaba de publicar en portugués un portal católico aquí: https://pt.aleteia.org/2020/09/14/a-importancia-de-dar-forma-ao-vazio/.
No repudio mi apellido, pero tengo considerables razones para firmar como “artista” de las letras Tito Berry, y lejos estoy de ser excéntrico al hacerlo así. Tampoco nunca antes sabía que un roquero se llamaría así, y luego, cuando de ello me enteré, investigué muchísimo, y me expuse otro tanto, sin embargo nunca nadie me demandó por este nombre, ni nunca aparecieron con él como marca personal. A estas alturas, después de tantos años en la Web, me asisten derechos a demandar en contra de quienes usen mi nombre o tecnónimo de autor.
EL ORIGEN DE LOS APELLIDOS
En la antigüedad, no existían los apellidos.
Tomemos la Biblia, por ejemplo…
A los personajes del Antiguo y Nuevo Testamento se les conocía por su nombre: Abraham, Moisés, Pedro, Juan, Mateo, Jesús, María y José. No había tal cosa como Abraham Pérez, Mateo Delgado o José García. (Cuidado: Iscariote no era el apellido del traidor Judas, ni Tadeo el del santo; eran sobrenombres, apodos).
Con el tiempo, las comunidades se poblaban cada vez más y más, y de momento surgían las dudas:
-Llévale este mensaje a Juan.
-¿Cuál Juan?- preguntaba el mensajero.
-Pues Juan, el ‘del valle’- explicaba para distinguirlo del otro Juan, el ‘del monte’.
En este caso, los apellidos ‘del Valle’ y ‘del Monte’, tan comunes hoy día, surgieron como resultado del lugar donde vivían estas personas. Estos se llaman ‘apellidos topónimos’, porque la toponimia estudia la procedencia de los nombres propios de un lugar. En esa misma categoría están los apellidos Arroyo, Canales, Costa, Cuevas, Peña, Prado, Rivera (que hacen referencia a algún accidente geográfico) y Ávila, Burgos, Logroño, Madrid, Toledo (que provienen de una ciudad en España).
Otros apellidos se originan de alguna peculiaridad arquitectónica con la que se relacionaba una persona. Si tu antepasado vivía cerca de varias torres, o a pasos de unas fuentes, o detrás de una iglesia, o al cruzar un puente, o era dueño de varios palacios, pues ahora entiendes el porqué de los apellidos Torres, Fuentes, Iglesia, Puente y Palacios.
Es posible que hayas tenido algún ancestro que tuviese algo que ver con la flora y la fauna. Quizás criaba corderos, cosechaba manzanas o tenía una finca de ganado. De ahí los apellidos Cordero, Manzanero y Toro.
Los oficios o profesiones del pasado también han producido muchos de los apellidos de hoy día. ¿Conoces a algún Labrador, Pastor, Monje, Herrero, Criado o Vaquero? Pues ya sabes a qué se dedicaban sus antepasados durante la Edad Media.
Otra manera de crear apellidos era a base de alguna característica física, o un rasgo de su personalidad o de un estado civil. Si no era casado, entonces era Soltero; si no era gordo, era Delgado; si no tenía cabello, era Calvo; si su pelo no era castaño, era Rubio; si no era blanco, era Moreno; si tenía buen sentido del humor, era Alegre; si era educado, era Cortés.
Quizás la procedencia más curiosa es la de los apellidos que terminan en -ez, como Rodríguez, Martínez, Jiménez, González, entre otros muchos que abundan entre nosotros los hispanos. El origen es muy sencillo: -ez significa ‘hijo de’. Por lo tanto, si tu apellido es González es porque tuviste algún antepasado que era hijo de un Gonzalo. De la misma manera, Rodríguez era hijo de Rodrigo, Martínez de Martín, Jiménez de Jimeno, Sánchez de Sancho, Álvarez de Álvaro, Benítez de Benito, Domínguez de Domingo, Hernández de Hernando, López de Lope, Ramírez de Ramiro, Velázquez de Velasco, y así por el estilo.
Así mismo ocurre en otros idiomas: Johnson es hijo de John en inglés (John-son); MacArthur es hijo de Arthur en escocés; Martini es hijo de Martín en italiano.
Es así como, poco a poco, durante la Edad Media, comienzan a surgir los apellidos. La finalidad era, pues, diferenciar una persona de la otra. Con el tiempo, estos apellidos tomaron un carácter hereditario y pasaron de generación en generación con el propósito de identificar no solo personas, sino familias. [Autor Desconocido]
Tito Berry
Imagen ilustrativa de un lugar en Francia de nombre Aguerreberry
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